YO, DIOS.
El bosque se
encuentra en bella melodía. La noche ilumina con su Luna a las criaturas que le
adoran, sin humillarse. Hay una ausencia de seres no materiales. La gracia de
los cuerpos repletos de impulso vital está presente en los pequeños y grandes
animales que copulan, cazan, duermen y felices, sin ser consientes de ello,
simplemente pasan por la vida un instante siendo lo que son: carne. Pero eso
fue ayer o antes de ayer.
Hoy o tal vez, hace
un instante, en medio de la paz del bosque, del río y de la mar; la turbulencia
insignificante de una cópula da origen a un dios. La arrogancia del simio sin
pelo se comienza a manifestar en la ilusión de la divinidad, cuando el miedo
insoportable de indefenso animal, lo transformó en señor de un mundo que no era
suyo: inventó para sí a los dioses, alter ego de mente impotente.
El nacimiento de
los dioses no siempre significó la muerte del bosque. Un ser contrario a la
naturaleza comenzó su larga existencia oponiéndose cada vez más a la realidad
inmediata que ante los ojos tenía, un espectro engullendo dioses. Tristeza fue
entonces el bosque y el animal dios quiso para sí un mundo que le devolviera su
sacralidad, su inocente estar en el mundo. No ha podido. El hambre, la
proto-razón creadora, modificó su cuerpo torturándolo y así formar pudo una
sombra que obedeciera a la luz. El
Gran Opositor fue la forma velada de denunciarse así mismo, acusando otro más
antiguo, múltiple.
La tontería se
multiplicó por miles entre los simios arrogantes y estos para recuperar lo
perdido, destruyeron lo que quedaba de su antiguo hogar. En su lugar, entrañas
forjadas al fuego, simulan árboles e infértiles suelos simulan caminos. Hoy en
día es imposible volver a ser animal, ahora somos irremediablemente dioses. En
reemplazo del viejo bosque, se erige el asfixiante reino de artefacto incorrupto,
tan ajeno al abrazo final con la negra tierra.
Hemos de ser más
que dioses, hacernos artistas en el vilo de la absurda comprensión de nuestra
fugacidad. La pesada carga sobre los hombros del hombre ha de ser arrojada al
abismo del pasado, salvar a Prometeo de su eterno castigo y devolver el fuego a
los dioses, pues ya falta no nos hace. Ahora, la artificiosa realidad humana
tiene el grave compromiso de la creación de lo humano, ya no en vano intento de
volver a la animalidad, a una prístina inocencia de bosques prehumanos. Nuestra
es la tarea de inventarnos mejores, dejando en su lugar el lamento, inflarse de
orgullo genuino y cimentar la posibilidad creativa de establecer en el
horizonte de lo divino, lo humano. Será tiempo,
también, en que han de caer los colosales imperios.
Bienvenida Energía