viernes, 7 de agosto de 2020

ACABAR CON TODO ESTO

 

No sé si quiero renunciar
.     a mi dentadura
    a mis huesos fuertes
    a mi cabellera brillante
.     a las pocas dioptrías negativas que me quedan
.     a la piel firme y entera de mi estómago.

No sé si quiero perder el dominio sobre mi vejiga y
.     Tener que andar todo el día comprimiendo unas bolas
.     Chinas en mi interior para evitar el pañal para adultos.

No sé si quiero renunciar
.     a mi silencio
.     a mi alimentación improvisada
.     a las noches en vela por un libro demasiado interesante
.     a mi habitación limpia, con olor a lavanda,
.     a mi sueño en fin de semana, profundamente invernal.

No sé si quiero vivir a través de alguien, cuando mi vida me basta bien.


No sé si soy tan generosa.
No. Diría que no lo soy.
No aún, por lo menos.

Quizás no sea mamá.
Quizás borre del horizonte “lo mejor que me puede pasar en la vida”.
Quizás no traiga a nadie nuevo a este lugar extraño para que también,
si me sale mujer,
tenga que plantearse todo esto.

 

 

 

Elena Barrio

(Barcelona)

 


martes, 4 de agosto de 2020

ARTE POÉTICA

 

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!
hacedla florecer en el poema.

Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el sol.

El poeta es un pequeño Dios.

 

                                                                Vicente Huidobro



sábado, 25 de julio de 2020

¿Qué se escribe?





              Qué se escribe...

El ser humano ha codificado y clasificado todo, o por lo menos, lo que ha conocido.                     
Entonces, se le ocurrió escribir drama, sátiras, cuentos, comedias, fábulas, epopeyas, canciones, odas, épicas, cuentos, entre otras muchas...

Y siendo una gran mescolanza de luces adheridas al cuerpo, de ellas, todo lo hemos resumido en dos orillas: El Eros y el Tánatos, la luz y la oscuridad, el blanco y el negro; un dualismo, al que hemos reducido la vida.

No sabemos nada y sabemos todo.

Nos reconocemos,
Nos apropiamos y
Nos mostramos a otros.

Caminamos
Respiramos
Lloramos
Amamos y,
Nos silenciamos,
Todos los días
En círculos,
Cuadrados y
Triángulos...

Y entonces,

¿Qué realmente se escribe?



Pintura: Universum
Camille Flammarion
1888
Francia


Yis.

martes, 14 de abril de 2020

El amor.


Inspiración de los seres humanos en toda su existencia reflexiva,  por ello en nuestros tiempos, nos permitimos seguir re-significando su concepto a pesar de las flexibilidades y diversas posibilidades actuales, que nos llevan a seguir buscando respuestas.

Es así como les dejamos este vídeo del canal La Pensadera Digital en el que se propende por analizar las realidades que el ser humano se inventa para sobrevivir y existir.


Bon Appétit

viernes, 27 de marzo de 2020

¿Qué tiene por decirnos la filosofía frente a este tema mundial: Covic - 19?





Promoción de Lectura: Del paganismo al Cristianismo

La cultura nos hace humanos y ésta sólo es posible si se mantiene en movimiento. La lectura es una de las más eficaces promotoras de la alta cultura- esto es, de la cultura que nos hace mejores seres humanos...

Aquí abajo, encontrarás el link para que te sumerjas en nuestras lecturas




FELICIDAD CLANDESTINA
Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como “fecha natalicio” y “recuerdos”.
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del “día siguiente” iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: “el tiempo que quieras” es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.